domingo, 14 de noviembre de 2010

Capitalismo: interpretaciones falaces (III). La inmoralidad intrínseca del sistema

Capitalismo: interpretaciones falaces (III). La inmoralidad intrínseca del sistema
Son justamente los mecanismos básicos de su funcionamiento los que determinan la “lógica perversa” del capitalismo, los que lo vuelven intrínsecamente inmoral.
José Miguel García González | Para Kaos en la Red | 14-11-2010 a las 17:40 | 196 lecturas
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Capitalismo: interpretaciones falaces (III).
 
La inmoralidad intrínseca del sistema.
Todos aquellos que con aires de suficiencia no se cansaban de anunciar a los cuatro vientos las inconmensurables bondades del capitalismo, y que se vanagloriaban, una y otra vez, de que estábamos viviendo el “fin de la Historia”, a partir de setiembre de 2008, quedaron fuera de juego y se vieron obligados a improvisar fuera de libreto. Es que la crisis financiera que estalló por aquellos días, los obligó a buscar rápidas excusas,  y a inventar todo tipo de explicaciones, que les permitieran asegurar que las inamovibles certidumbres del modelo seguían siendo tales, y que no se estaban cayendo a pedazos, como en realidad estaba ocurriendo.
 
Por supuesto que esto no fue tarea sencilla.  La quiebra de las hasta entonces inexpugnables multinacionales financieras   (quizás, el símbolo institucional más destacado del éxito y de la riqueza  desbordante, que el capitalismo globalizado de los últimos años había consolidado) puso en serio riesgo a todo el sistema. Tanto fue así que los  gobiernos del Primer Mundo debieron implementar un  salvataje desesperado (además de varias veces billonario) para mantener en pie a dichas corporaciones, y con ello calmar las aguas para que el modelo siguiera a flote, a pesar de todos los sobresaltos.
 
Salvar al capitalismo, condenar a la gente. Sin duda que fue tarea de “titanes”: muchos de los grandes líderes mundiales tuvieron que hacer las veces de bomberos rescatistas destinando cifras astronómicas de dineros públicos y comprometiendo ingentes  recursos por muchos años , para evitar que el capitalismo se consumiera en sus propias llamas sagradas (las llamas sagradas de la libre competencia y de la desregulación, que si hubo un lugar donde más “puramente” se aplicaron, justamente fue en los mercados financieros globales) con las consecuencias por todos conocidas: gracias a la quiebra de alguna de estas instituciones bancarias de primera línea, se desató la peor crisis capitalista desde el crac de 1929 hasta el presente.
 
Pero alguien tenía que hacer el trabajo sucio y evitar que todo se viniera abajo. Y  ciertamente que estos grandes líderes lo hicieron muy bien: antes que nada, salvaron al sistema. No importa que los banqueros estafadores sigan impunes y más ricos que nunca, ni que los ahorristas embaucados no hayan podido recuperar sus dineros, o que muchos más no puedan pagar sus hipotecas o hayan perdido sus trabajos.
 
Tampoco importa que el déficit fiscal de la mayoría de los países del Primer Mundo haya superado largamente los dos dígitos porcentuales del PBI, ni que el endeudamiento público que han contraído Estados Unidos y las principales potencias de Europa alcance cifras siderales, que incluso comprometen seriamente los ingresos fiscales de por lo menos toda la próxima década. Y es por esto también que muchos de estos países se han visto obligados a poner en marcha durísimos paquetes de ajuste fiscal (cosa que creíamos que era de exclusiva aplicación para los “díscolos” países-niños del Tercer Mundo, esos que nunca han aprendido a hacer bien los deberes, y que continuamente deben ser corregidos por el FMI, o por el Banco Mundial). Ajustes fiscales que han determinado drásticos recortes en la seguridad social, en la salud pública, y en muchos beneficios que favorecían directamente a los ciudadanos más desposeídos y necesitados (que también los hay y por millones en los países desarrollados) y que son quienes terminan pagando la peor parte de toda esta crisis.
 
Pero bien valió la pena el sacrificio: el capitalismo nuevamente se ha salvado y ya se está preparando para una nueva crisis, aunque todavía no haya podido superar completamente la actual. 
 
Claro está, todo esto tiene un precio: las ya muy notorias protestas sociales en algunos países de Europa no se han hecho esperar. Pero peor aún, las desastrosas consecuencias  de esta última crisis han sacudido los cimientos donde reposa el edificio ideológico del capitalismo, ya que ha puesto en tela de juicio los principios fundamentales del funcionamiento del modelo. 
 
El lucro, la libre competencia y la mano invisible. Y bien valdría la pena recordar estos “maravillosos mecanismos” que articulan y organizan el funcionamiento del sistema, y que lo vuelven tan “eficiente”.
 
Y para ello, nada mejor que remontarnos a Adam Smith, el principal teórico del capitalismo y a su libro “La riqueza de las Naciones” de 1776, donde se postulan los principios básicos del capitalismo, sobre los cuales --en muy resumidas cuentas--, vamos a tratar de referirnos a continuación.
 
En primer lugar, Adam Smith postula al beneficio individual como el gran motor del capitalismo. Beneficio individual que no es ni más, ni menos, que lo que normalmente denominamos como lucro. Así es que cuánto más se persiga el beneficio individual, cuánto más egoístamente se trate de lograr la mayor ganancia, cuánto más se esfuerce cada individuo por lograr el mayor lucro posible,  cada uno recibirá lo mejor, y tanto mejor será, según haya sido su esfuerzo individual. Y de este modo, aunque parezca paradójico, también mayor será el beneficio social resultante, porque todo el cuerpo social disfrutará de la mayor riqueza que cada uno habrá generado por sus egoístas acciones individuales.
 
El segundo aspecto que se destaca como fundamental en dicha obra --para que el sistema funcione a la perfección--, es que los mercados deben operar en competencia perfecta (una oferta atestada de productores que se disputan entre sí una demanda que conoce al detalle las condiciones de venta de cada producto). Además, estos mercados deben funcionar con la “mayor de las libertades”, es decir,  sin ningún tipo de trabas o regulaciones, y más que nada, sin la intervención estatal que “distorsione” el libre juego de la oferta y la demanda (que sería algo así como el peor de todos los males posibles).
 
Obviamente que estos dos principios van unidos, es el lucro el motor del sistema que potencia la acumulación de la riqueza, y el es el mercado “transparente” y en “competencia perfecta”, el que asigna los recursos de la forma más eficiente, para que todo el cuerpo social sea el beneficiado, en el entendido de que cada uno recibirá lo que merece de acuerdo a su esfuerzo individual. Y es justamente aquí, de la conjunción de estos principios, de donde surge la famosa “mano invisible”, que es la que “articula”, la que “conjuga” estos dos aspectos, con los que se logra la sinergia del sistema y se conforma una especie de “orden natural”, debido al cual,  todos salen beneficiados.
 
Sobre estos temas ya vamos a tener oportunidad de extendernos con mayor profundidad más adelante, pero desde ya resulta imprescindible dejar algo aclarado: la competencia perfecta, la “transparencia” y la libre oferta con muchos competidores ofreciendo el mismo producto, ya prácticamente no funciona en ningún mercado. Ni siquiera se da en el caso de los productos primarios más importantes, ya que, la mayoría de los mismos, o bien son dominados por oligopolios a nivel local, o bien dependen de la demanda casi exclusiva de alguna multinacional (cuando los mismos son codiciados para ser elaborados y sumarles valor agregado en los países centrales), o también, cuando son afectados por el juego especulativo del capital ficticio a través de los mercados a futuro (que inflan los precios de muchos alimentos y sus formas de distribución, para empeorar aún más el problema del hambre en el Mundo). 
 
El más puro de los mercados desató la crisis. Pero siempre hay una excepción que confirma la regla. Por ello, detengámonos muy rápidamente en el mercado que en los últimos tiempos ha encajado mejor dentro de los cánones del capitalismo puro. Porque si ha habido un mercado que ha funcionado libremente y a su total antojo (sobre todo desde que la Administración Clinton eliminó todas las trabas que limitaban las actividades de “banca de inversión” a principios de los 90’),  ese mercado ha sido el mercado financiero internacional.
 
Pues bien, si este ha sido el mercado que ha operado más libremente, el que ha sido más desregulado, y el que ha estado más ajeno a los mínimos controles (gracias al sacrosanto secreto bancario y a una mera supervisión formal de las distintas autoridades monetarias del Primer Mundo), ¿por qué fue justamente este mercado paradigmático del más puro capitalismo, el que nos sumió en esta terrible crisis? ¿No eran estas las condiciones ideales para que la “mano invisible” hiciera su mejor trabajo? 
 
Y en realidad --no nos engañemos— la “mano invisible” verdaderamente hizo su mejor trabajo, y lo hizo de la forma más “eficiente”: premió al lucro rampante y se llevó para el bolsillo de los banqueros ladrones y de los especuladores corruptos, el dinero de los ahorristas, nos sumió en la peor crisis económica por décadas, liquidó los ahorros de honestos ciudadanos estafados, y vació fondos de pensión y de seguros de retiro, comprometiendo la vejez de muchos, por poner sólo el acento en lo ocurrido en el Primer Mundo.
 
En verdad, lo que pasó en el mercado financiero internacional es lo mismo que ha pasado desde siempre en todos los mercados capitalistas, ya que operen en “competencia perfecta”, sean oligopólicos, o monopólicos. La forma que asumen los mercados son aspectos de segundo orden. Lo que sí es de primer orden,  es la esencia del sistema, que es la que inexorablemente nos conduce a este tipo de resultados. 
 
¿Teóricos del nuevo capitalismo o viejos hipócritas útiles? Por todo esto, como decíamos al principio, una vez desatada la crisis, los ideólogos del sistema, y hasta algunos grandes líderes del mundo capitalista, tuvieron que dar la cara e intentar plantear “algunas correcciones” al sistema,  obviamente que para que todo siga como está.
 
Y en este sentido, de toda esa nueva pléyade de grandes pensadores  y líderes conservadores que salió a “ponerle el pecho a las balas”, si tuviéramos que elegir al más relevante de todos ellos, sin duda que nos quedaríamos con el Presidente de Francia, por ser un defensor acérrimo del capitalismo, un reaccionario de primera línea, y un xenófobo como hay pocos, es decir, por ser uno de los mejores representantes del sistema. Y por si lo anterior no bastara, también, por ser uno de los principales “ideólogos” del “nuevo capitalismo”.   
 
“Nuevo capitalismo” que recibió su bautismo público en un simposio internacional celebrado en París en enero de 2009, donde además del anfitrión, concurrieron Angela Merkel y Tony Blair. En dicha reunión la figura estelar fue, sin duda,  Sarkozy, quien hizo algunas afirmaciones que, aunque obligado por las circunstancias, no dejan de ser “desafiantes”: sostuvo –en lo más sustancial de su mensaje-- que la especulación financiera había “pervertido la lógica del capitalismo” y que era imprescindible moralizar al sistema.
 
Afirmaciones que hablan por sí solas, porque sólo se puede moralizar aquello que es inmoral. Entonces, si el propio Sarkozy  propone de un modo tan categórico moralizar al capitalismo, creemos que ya a nadie le puede quedar la más mínima duda de que el capitalismo es inmoral.
 
Y lo es, en nuestra modesta opinión,  no debido a los perjuicios que le trajo aparejado la especulación financiera, si no, porque es la esencia misma del sistema capitalista la que genera “naturalmente” este tipo de males, es la que hace que se reproduzcan ese tipo de inmoralidades a todos sus niveles de actuación, ya sea a una escala individual, o pasando por todas las etapas intermedias y, ni que hablar, cuando llegamos a una dimensión global, donde los daños alcanzan la magnitud de catástrofe, como ha ocurrido con la crisis de 2008.
 
Por esto le decimos a todos estos hipócritas útiles que tratan de “hacer buena letra” para mejorar el discurso dominante, que bien les valdría la pena callarse la boca y pasar desapercibidos, así defenderían mucho mejor sus intereses.
 
Capitalismo: uno para todo el Mundo y para todos los Hombres.  Pero más aún, hoy, más que en cualquier otro momento de la Historia, luego de tres décadas de avances sin freno y prácticamente sin oposición,  el capitalismo ha alcanzado un nivel de profundización extrema en la aplicación de sus concepciones. Como también en su extensión, tanto a nivel territorial (no existe rincón en el Mundo que no se incline ante sus designios, salvo muy honrosas excepciones), como a nivel sectorial (una infinidad de actividades que solían estar reservadas a la gestión pública o estatal, han pasado a la esfera privada desde la caída del “socialismo real” y la progresión de las reformas neoliberales de los 80’ y 90’). Si a esto le agregamos el gran salto que han dado las tecnologías de la información durante este mismo período (que son el soporte básico de lo que en términos muy vagos definimos como “globalización”), es lógico y natural que el capitalismo se haya aprovechado de todo esto,  para desarrollar mercados globales que directamente operan en los cuatro puntos cardinales del Planeta, y que haya hecho prosperar a multinacionales gigantescas que asientan su actividad económica en cientos de países a la vez, al punto que el capitalismo se ha vuelto uniforme para todo el Mundo y para todos los Hombres, nos guste o no.
 
Pues bien, si el capitalismo ha avanzado sin frenos y a sus anchas, hasta alcanzar esta escala global sin precedentes, también globales y para todos los Hombres deberían ser sus ventajas, entonces, ¿por qué el beneficio social resultante de la aplicación de sus principios básicos durante todos estos años, --la famosa sinergia social que se obtendría del sistema gracias a su correcta aplicación-- sigue sin llegar a los más? Por lo tanto, ¿no es inmoral que los “eficientes” mecanismos esenciales del capitalismo sigan condenando prácticamente a un cuarto de la población mundial a que “viva” con menos de un dólar al día, a pesar de que ellos también son parte de los “maravillosos” mercados globales que todo lo pueden? ¿No es inmoral el déficit alimentario y los altísimos niveles de desnutrición infantil, que aún se viven hoy en muchos partes del Mundo, los mismos lugares donde muchas multinacionales de los alimentos se proveen de las materias primas con que elaboran sus productos? ¿No es inmoral que mientras esto sucede, esas mismas multinacionales obtengan cotizaciones record en la bolsa, y la rentabilidad del negocio alimenticio alcance máximos históricos, como máximos históricos alcanza el hambre en todo el Mundo? 
 
El capitalismo es intrínsecamente inmoral, su lógica, perversa. Pero además, el Sr Sarkozy se dio cuenta tarde de que existe una lógica perversa dentro del capitalismo, porque esa lógica perversa es inherente al modelo desde siempre. En realidad, esa es la única lógica que sabe manejar el sistema. Ha sido esencialmente perverso cuando desde el primer día de su vigencia expolió al hombre por el hombre mismo (a través de la esclavitud, de las encomiendas y el trabajo forzado en las colonias, y en la explotación de los obreros, desde las revoluciones industriales hasta nuestros días), como expresábamos en la primera nota de estas entregas. Y  actualmente lo es más,  cuando con eso ya no le basta, y también se afana por  expoliar a la Tierra, como lo expresábamos en la segunda nota de las mismas.
 
Pero más que nada, nosotros estamos convencidos de que el capitalismo es intrínsecamente inmoral, no sólo por todo lo que se ha dicho anteriormente, si no, porque este es el único sistema de organización político-social que tiene la virtud de hacer suyas y convertir en atributos del sistema a las más miserables de las condiciones humanas: el egoísmo, la avaricia, el lucro desenfrenado a cualquier precio, la riqueza como el valor rector del Universo, el ascenso individual gracias al dinero, y podríamos seguir. Y esto nos parece un aspecto primordial del tema que muchas veces queda relegado a un segundo plano y al que muy pocos le prestan la atención debida. Incluso de aquellos que estamos en la vereda de enfrente, y que pretendemos  que sean muy otros los  tipos de valores  y los tipos de relaciones que rijan entre los Hombres.
 
En resumidas cuentas, en estas líneas hemos querido esbozar otra de las grandes falacias del sistema (tal vez la mayor de todas ellas): aquella que nos asegura que los  principios básicos del capitalismo son los que vuelven tan “eficiente” al sistema, y los que consiguen esa enorme “sinergia social” que a todos beneficia. Todo lo contrario, son justamente esos principios, esos mecanismos básicos de su funcionamiento, esas miserias humanas que se vuelven sistémicas, los que determinan  la “lógica perversa” del capitalismo, los que lo vuelven intrínsecamente inmoral.  Fue así desde el primer día de su vigencia. Lo es hoy más que nunca.

 
 
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