domingo, 14 de noviembre de 2010

La indiferencia

La indiferencia
El papa, en su viaje reciente a España, tuvo el mal estilo –el acostumbrado por este papa de tan poca diplomacia-, de acusar a este país ahora del mismo anticlericalismo que hubo en los años 30.
Jaime Richart | Para Kaos en la Red | 14-11-2010 a las 20:03 | 203 lecturas | 2 comentarios
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Eso, en castellano, es mala leche. Pero no deja de te­ner razón, pues ¡a quién extraña que quienes abusan, atosi­gan y co­ac­cionan gravemente a los pueblos, sea a través del poder político o sea del religioso, -y eso, abusar y coaccionar era lo que hacía el clero en los años a que se refiere Benedicto-, no hacen más que extender el odio y la hostilidad que sólo se refrenan con cargas de policía! La misma hosti­lidad y odio que provocaban en Francia la realeza y la aristocracia, y que a finales del siglo XVIII fue­ron los de­sencadenantes de la Revolución. En los años 30 la cleri­galla llevó demasiado lejos sus abusos y agotó la poca paciencia que le que­daba al pueblo, harto de la dictadura cleri­cal. Pues bien, si ahora no necesitamos ser exactamente anticlericales por el escaso poder que tiene la Iglesia, sí somos aventajados antivaticanistas, antineolibe­rales, antifascis­tas, anti-ricos y antinor­teamericanos… Y lo somos, muchos más de lo que nos hacen creer los sondeos y estadísticas divulgados por los medios que son los que ahora, en democracia, contribuyen al control social y drenan el odio.
  Y eso que hoy día, al haber tanto empeño en no ser “anti” nada para no quedar mal, hay también demasiado in­capaz de reaccionar. Así pre­ponderan las medias tintas, y así es cómo se pone en ban­deja la riqueza, el poder y el mundo entero a los que sacan réditos del pa­sotismo, de la abstención y de las indiferencias. Sí, indiferen­cias en plural, pues las hay de distinta clase: está la indiferencia unida al desprecio que me­recen los cínicos, los prepotentes y los bocazas; está la indife­rencia que elude despectivamente la provoca­ción. Y está la indiferencia que aconseja paciencia en espera de mejor ocasión para darle la vuelta a la torti­lla... Pero todas contribu­yen a mantener el statu quo de la clase do­minante en la sociedad española.
  En todo caso si esta sociedad está efectivamente infectada de plutocracia e invadida por los herederos del franquismo, también cunde la autore­presión y el miedo a ser te­nidos por "antis". No hay que ser “anti”, se oye a me­nudo…
  Pues yo creo que sí, que quien en España no sea antiultradere­chista, antifas­cista, antinorteamericano, antimonárquico y antipa­pado no hace más que reforzar los dispositivos del poder de los que ya lo tienen de hecho o de derecho. Ser indiferente, no ser anti, y estar en las medias tintas es lo peor que le puede pasar a un país.   La tibieza es funesta para el individuo y para sociedades ardo­rosas como la española. Otra cosa es la moderación. Pero la modera­ción llega con la experiencia y la madurez. Y España no tiene ni una cosa ni otra en materia de convivencia de las partes visceralmente ene­migas. El eclecti­cismo y la moderación son impecables, deseables y dignos de elogio para una sociedad ecléc­tica, respe­tuosa y mode­rada, pero son muy peli­gro­sos en una socie­dad de la que son siem­pre dueños de ella el di­nero y los agitado­res.
  Rescatemos, pues, la pasión por las ideas, por los afanes y por la uto­pía. Fabriquemos las ilusiones si nos faltan. Trabajemos por el amor a los demás, y no nos centremos obsesivamente sólo por el sexual que llega por sí solo. Levantémonos de las poltronas, y ve­remos renacer poco a poco una sociedad ahora semidormida que sólo se despereza a golpes eléctricos activados por el periodismo agitador, por la jerarquía clerical y por los que ex­plotan primero la indiferencia y luego los clamores que al final que­dan en nada. Huyamos, en fin, de las medias tintas que impiden la grandeza y la nobleza, que bloquean el ánimo y des­truyen el espíritu, pues con medias tintas no hacemos más que entregar el grueso de la co­lecti­vidad a los de­predadores más voraces.  
 
 
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