Karla B. Gaspar El Mundo de Córdoba 14/nov/2010.- Me escurría por los guantes un líquido amarillo. Apestaba a desperdicio de comida. Un grupo de transportistas que prestó sus servicios para la recolección de basura ayer en Córdoba me permitió subir a uno de los camiones para entender lo que era este tipo de trabajo. Las mujeres salían corriendo con los botes del baño que no tenían bolsa y al subirlos al camión se desparramaban dejando ver toallas sanitarias y pañales. Luchaba por recoger las bolsas de basura que se encontraban en las banquetas y a mitad de la calle. Estoy a lado de un trabajador que me pidió no decir su nombre porque le quitarían el empleo. ‘No recibo un sueldo, no me conviene que no se dé este servicio porque dependo de él, reciclando gano el dinero que llega a mi familia, si bien me va gano 230 pesos, pero si no sólo $100”, dice. Mientras platico con él continuamos recogiendo la basura en la colonia Fraternidad, donde cajas, bolsas, botes, rebasaban el tope, al igual que conos de huevo, papeles y hasta muebles. Mientras conversamos, la gente salía corriendo con las bolsas, un líquido maloliente escurría, mientras los niños gritaban como locos: ¡Ahí viene la basura, mamá! En ese momento los vecinos se amontonaron alrededor del camión: niños, jóvenes, ancianos, formando filas, esperando para mandar lejos aquellas bolsas, aventándolas con ganas. En el recorrido, otro trabajador, me platica sus experiencias y los años de servicio en este oficio. “No ganamos mucho, no nos alcanza, y por eso hay que buscarle porque tenemos hijos que nos necesitan y van al escuela”, comenta. Ahora estamos en la colonia Antorcha; aquí la situación se torna mas difícil. Uno de los recolectores dice que la gente es muy grosera, suele ofender y hasta arrojar basura a los empleados. Me contaban que algunos aquí les reclaman por la falta de servicio, “cuando no somos nosotros, sino las unidades que no funcionan”, añade un recolector. Los remolinos de gente vuelven aquí. Ellos buscan sacar hasta el más mínimo papel. Lo vi con un niño que se le cayó al suelo una envoltura de frituras y regresó por ella. “Qué poca madre”, escuché a una vecina que reclamó a los empleados porque no habían pasado hace 15 días. Conmigo era diferente. Me saludaban, me daban las gracias y sonreían. ¿Deberían participar mujeres en la recolección de basura? Cambiamos de calles, otras casas, otros rostros. Pedí tocar la campana para que salieran los vecinos. El sol y la basura no se llevan. El continuo olor me enfermaba. Se necesita tener condición para esta labor, andar cargando bultos, y un cierto estilo para tirar la basura, porque se te riega. Así ocurrió cuando lancé mi primer bolsa y un frasco de mayonesa voló a media calle, rompiéndose. Ahora estoy en la caja del camión, arriba, ando entre hojas de libreta, papel, desperdicios, pañales y no sé cuantas cosas más. Me vuelve a llegar un olor nauseabundo, a caño, que me provoca asco: una bolsa con huesos de pollo. A estas alturas ya me duelen los brazos. El calor me ha cansado. He lanzado hacia el camión decenas de bolsas, botes, palos, costales, cubetas, cajones de TV, y una serie de objetos. Mis guantes terminan negros y oliendo a desperdicio. Rumbo al relleno sanitario en Nogales, con la carga completa, se da uno tiempo para respirar. Aunque no es lo más agradable. Y ya estamos lejos de Córdoba, que por el día de hoy se ha quedado un poco más limpia.
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