martes, 2 de noviembre de 2010

Orient Express

JOHANA LOZOYA

"Segundo día: Estamos acampados junto a un arroyo, en un lugar llamado Sheib Mahomedi. Hacia el norte, se ven manchas de humo negro procedentes de los pozos de bitumen de Kubaysah. Esta mañana he tenido que vestirme con aba e ismak porque, según me ha dicho Saleh por encargo de Jassem, mi sombrero inglés podría originar cierta desconfianza hacia nuestra caravana.
- Maldito gorro inglés no bueno. Gorro árabe bueno.


Una caravana atraviesa el desierto de Siria, 1925 ©Bettman/CORBIS

Así pues, vestido con toda la pompa de un recién estrenado aba de Bagdad, estoy tumbado en una alfombra delante de mi tienda bajo un reluciente cielo jaspeado como la turquesa. Distingo a poca distancia los grandes fardos que transportan los camello de Jassem er Rawwaf apilados en semicírculo para resguardar la hoguera; en torno al fuego se encuentran acuclillados los miembros más serios de la caravana tomando café. Enfrente, tengo la tienda inglesa del sayyid Mohamed donde, al parecer, se reúne la dorada juventud. Las balas de los otros siete u ocho grupos que integran la caravana están colocadas en forma de media luna, como las de Jassem, para proteger las fogatas del viento. Aparte del sayyid y yo, y las danzarinas de camino hacia Alepo, sólo hay un comerciante de Damasco suficientemente refinado como para disponer de tienda propia. Todos los demás están acomodados en alfombras en torno a las hogueras, bajo el cielo azul. Han llevado a los camellos a pastar en la reseca maleza de los cerros cercanos a la charca y sus oscuras siluetas se recortan contra la línea del horizonte en insólitas actitudes. De vez en cuando se observa a un guardián, con el fusil colocado sesgadamente en la espalda, vigilando inmóvil desde la cima de una de las colinas de tonalidades ocre, violeta y acero, que se extienden en todas las direcciones como una vasta superficie de olas de mar.
Abajo, en la poza donde me acababa de dar un baño, tuve una larga conversación, basada únicamente en siete palabras y una considerable pantomima, con uno de los criados del sayyid Mohamed, un individuo alto de estilizadas extremidades llamado Suleiman. Me preguntó por un inglés conocido como "Hilleby" con cuya caravana había estado el camellero en el Najd y, al enterarse de que los conocía, exteriorizó una notable euforia. También él vestía como un árabe y apreciaba el dulce aire del desierto.
- Aire del desierto dulce como la miel. Aire de Bagdad, sucio.
Al terminar de hablar cortó una rama de una planta aromática y me la hizo oler. Recordaba un poco al romero.
- El desierto como esto - volvió a decir y, enseguida, una mueca de asco le contrajo al cara - . Ingliz de Bagdad como esto. "Hilleby" amigo árabes, no tener miedo al desierto. Bueno.
A continuación me agarró de la mano para llevarme a la tienda del sayyid donde, tras haberme hecho sentar en el lugar de honor, me sirvió café y dátiles. Cuando llevaba un buen rato allí sentado, intentando captar alguna palabra suelta de una charla que parecía versar sobre el Najd, la prohibición de fumar en todo su territorio y la extraordinaria bondad de Ibn Saud, a quien incluso los ingleses llamaban sultán, apareció Fahad, mi camellero, para comunicarme que la cena estaba dispuesta. Tanto él como Saleh me transmitieron la idea de que los hombres de Jassem, viéndome permanecer tanto tiempo en las tiendas del sayyid Mohamed, juzgaban excesiva mi afición a las compañías poco recomendables. Al menos, eso me insinuó Saleh tras regresar con los camellos al campamento a la puesta del sol.
- Sayyid maldito no bueno - me dijo.
Las relaciones sociales resultan tan complicadas en el desierto como en cualquier otro sitio."


John Dos Passos, Orient Express, La Coruña, Ediciones del Viento, 2005. ISBN 9788493406042

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